Este
artículo fue publicado en momentos en que se desarrollaba
el juicio, en el diario “Tiempo de Santa Cruz”.
La autora lo firmó con el seudónimo “Cecilia
BAXTER”. Hoy nosotros lo publicamos nuevamente en
estos tiempos en que se debate si nuevamente se implanta
el Servicio Militar.
El soldadito
Le tocó ser reclutado antes de las leyes le permitieran
elegir. Si no hubiese sido por su muerte prematura, incomprensible
y absurda, nadie hubiera podido negarse y ninguno hubiera
podido decir que sí al servicio militar.
A
la vida de Omar uno la puede imaginar desde el conocimiento
personal de muchos otros “Omares” patagónicos.
Debe haber transcurrido más entre silencios expresivos
que entre medulosas conversaciones. Más en contacto
con las grandes extensiones de la meseta árida
que con la gente.
Es
fácil imaginar también una familia de pocas
palabras, mansa, dócil, con valores tradicionales
muy firmes. Respetuosa, afectuosa. De las que no miden
sino con la vara del afecto y los acepta tal como son.
Quizá
por este estilo de ser en la vida, mamado por Omar en
el seno de su familia y de su comunidad, es que el soldadito
patagónico no podía entender ni el orden
jerárquico del regimiento, ni el significado de
las jinetas, ni distinguir entre un cabo y un subteniente.
Es probable que hay quedado congelado ante la orden expresada
a gritos, acompañada por el vituperio más
denigrante y ofensivo que se le pudiera ocurrir al oficial
de turno. Es posible que se le encogiera el corazón
cada vez que experimentaba el abuso a que cada recluta
se expone cuando ingresa a ese cuartel de reclusión
y de aislamiento de todo lo que antes conoció…Quizá
nunca pudo explicarse el por qué de tanta humillación.
¿Pudo
Omar hacerse cargo de los que la mayoría de los
chicos argentinos “aceptan”, odiando pero
como natural, la frase hecha de que el servicio militar
los hace hombres? ¿Pudo suponer que ser “macho”
significa, allá en lo profundo, rendir la dignidad
de ser persona y de ser tratado como tal? ¿Qué
debía olvidar sus costumbres ancestrales, a su
grupo de pertenencia, toda su vida anterior? ¿Pudo
comprender que detrás del discurso acerca de ser
más hombre o más macho o más militar,
había que obedecer ciegamente sin importar para
qué y sin explicación alguna?
¿Sabía
él que la jerarquía militar no desea la
camaradería o el compañerismo sino disciplinamiento
de todos al costo que fuere?
Es
seguro que en sus cortos años de vida nadie le
enseñó que las camas que se tienden pueden
ser redondas o cuadradas. Que el polvo es malo, cuando
el siempre convivió con la tierra alzada por el
fuerte viento de la región y vivió pisándolo
en las calles sin asfaltar, o en los cañadones
de las travesuras infantiles, o en el vagar por el campo…
Es
seguro que no podrás habituarte al baño
cotidiano si en tu casa siempre escaseó el agua,
si es que no llovió en el frío invierno
cordillerano, o si la provisión del pueblo petrolero
en que naciste no alcanza para todos, allá en el
desierto donde creció el campamento.
A
Omar le exigieron cambiar en un tiempo que no era el suyo.
A obedecer carrera, march, lagartijas, corra-limpie-barra.
Colimba. Todo eso sin tiempo para incorporar las reglas
de juego cambiadas a su reloj interno.
Es
que cuando cambian las reglas, es posible que falles en
el cumplimiento de alguna de ellas. Es simplemente humano
que así ocurra.
Sobre
todo si las normas nuevas son arbitrarias, antieducativas,
hechas para domesticar y doblegar.
En
tiempos de paz el comportamiento de los oficiales que
entrenan –o más bien adiestran-, debiera
constituirse en formación para el servicio social,
para la solidaridad, para la inserción comunitaria.
En vez, sólo se sabe ejercer el autoritarismo de
la peor manera posible: cuando el otro no puede defenderse,
ya que viene el castigo físico, psíquico
o ambos.
Creo
que el soldadito Carrasco murió porque no entendió
cómo cumplir con una vida cambiada como un guante
puesto del revés. Porque tuvo que pasar por fuerza
de la inmensidad y la libertad al orden cerrado, ese que
no contempla diversidades culturales y obliga a la humillación
tan sólo por ser distinto.
Aunque
sus raíces hayan sido igualmente honorables y dignas,
solo diferentes. Ni mejores ni peores que las de los oficiales
que lo sentenciaron a muerte. Tan sólo distintas.
Y como los códigos de uno y los otros eran incompatibles
con lo que se enseña en las escuelas militares,
Omar tuvo que morir víctima de un sistema anacrónico
y de la más infame forma posible: a golpes y patadas,
según se presume.
Mientras tanto el pacto de silencio que es parte viva
de la corporación militar puede hacer muy difícil
que alguien pague por esa desaparición física
sin sentido.
Escribo
esto en momentos del juicio. Hace falta un serio acto
de reflexión personal de cada uno de los involucrados,
así como del mismo cuerpo de ejército en
su totalidad, para permitir que la verdad salga a la luz
y se haga, como se pide, justicia ante lo imperdonable.
Cecilia Baxter
www.sierrasbayas.com.ar
email: info@sierrasbayas.com.ar
Octubre 2002
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