Mirta Murillo, una generalista que llegó para quedarse en 1988
Más que médica, amiga
El Popular, 22 de mayo de 2008
"Claro que es un estilo de vida un poco distinto. En realidad, el generalista es el viejo médico de familia que, por vivir inmerso en la comunidad, empieza teniendo pacientes para transformarlos en amigos, con una relación de mucho afecto de por medio".
Lo dice Mirta Murillo, una médica generalista que se autodefine como "tras las sierras" porque transitó los centros sanitarios de Villa Alfredo Fortabat, Sierra Chica y, en los últimos tiempos, también Sierras Bayas, para curar con su estilo sencillo y amable pero también para cosechar decenas de amigos y abuelos y tíos postizos para su descendencia.
Nació en Concepción del Uruguay, Entre Ríos, donde completó los estudios primarios y secundarios. Con sus primeros pasos adolescentes ya había decidido que la Medicina era lo suyo, aunque todavía no encuentra para esa decisión más antecedente que una cierta admiración por el pediatra que asistía su infancia. "Por ahí, tal vez sólo lo veía como una manera de ayudar a la gente", dice ahora, mientras sus ojos se iluminan al descubrir que hace ya ¡20 años! que desembarcó, casi por casualidad, en esta ciudad surcada por el Tapalqué.
Completó los seis años de carrera en la Universidad de Córdoba, porque allí tenía unos familiares que "me podía aguantar" y un primo lejano que devolvía la atención de haber sido alojado en su domicilio entrerriano. Por poquitos días, y tras haber superado el estrés que genera la última materia, le erró al examen de Residencia en la capital mediterránea. Era 1988 y se vino para La Plata, donde le contaron que "la residencia de Olavarría es una de las más antiguas de la Provincia y se basaba en la Residencia de Medicina Rural que en ese momento tenía Neuquén, lo que le concedía un perfil más experimentado". Además, a la flamante profesional no le gustaban ni le gustan las ciudades grandes, por lo que sentía que venir aquí era, casi casi, como "volver a mis pagos".
A poco de andar, la ciudad, la gente y la comunidad médica la atraparían para siempre. Tres años de Residencia, un día a la semana de Guardia en el Hospital y una beca post Residencia para desempeñarse en la Unidad Sanitaria Nº 1 del Barrio Obrero marcaron los tiempos posteriores de esta mujer íntegramente volcada a su profesión. Después, y a través de un concurso municipal, llegó la posibilidad de cubrir el cargo en Loma Negra, una comunidad que guarda "muchos afectos para mí, porque ahí pasé una parte importante de mi vida, cuando los hijos son niños", dice, referenciando una familia ensamblada que integran dos varones mayores, de un matrimonio anterior de su actual esposo; sus tres niñas y la hija en común, Milagros.
En ese período, además, Mirta Murillo enfrentó lo que define como "una enfermedad importante": el diagnóstico de cáncer de mama constituyó un shock para todos, incluida ella misma, porque "a pesar de ser uno médico, no siempre está preparado para recibir este tipo de noticias". No estaba segura de cómo sería su vida a partir de ese suceso y como Loma Negra es una comunidad que exige una labor constante, pidió que la reemplazaran para no sobrecargar a su compañero.
¿Cómo asumió aquel trance? "Uno hace lo que puede. En mi caso, mi familia y mi trabajo fueron el gran refugio; pasado el impacto inicial, e incluso recibiendo quimioterapia, al mes estaba trabajando nuevamente. Claro que en un área distinta, más orientada a la gestión. Creo que cada uno se aferra a lo que puede y yo en ese momento sentía que tenía que seguir", desde una profunda fe religiosa.
La comunidad, es cierto, cumplió un rol importante. Y si bien la médica guarda recuerdos maravillosos de todos los grupos humanos con los que compartió, Loma Negra constituye un tiempo especial. "Si alguien en aquel momento me decía que me iba a ir de allí, yo contestaba con un 'estás loco', porque sentía profundamente que aquél era mi lugar", reflexiona a la distancia sobre esos días de visitas continuadas, de estampitas e imágenes deslizadas como al descuido en sus manos, de cadenas de oración que le llegaban a lo profundo del alma.
Con una sonrisa franca, asiente cuando se le pregunta si volvería a ser generalista. "Los pacientes dejan de serlo para transformarse en nuestros amigos. El vínculo con la comunidad tiene una gran carga de sentimiento y muchas veces, más allá de las patologías orgánicas, atendemos los sufrimientos por las cuestiones sociales o estos grandes desafíos que tenemos por delante, como son las ansiedades y depresiones generadas por la sociedad actual. Y uno ve que puede aportar para mejorar la calidad de vida de la gente desde ahí también". Está satisfecha con su profesión, y se le nota en la expresión de su rostro.
Por fuera de esas responsabilidades, elige canalizar inquietudes a través del trabajo comunitario y solidario. Precisamente por eso, integró la agrupación inicial de Latidos del Alma, en la Villa Fortabat; se comprometió más de una vez con Cáritas; es miembro del Rotary Club Sierras Bayas y, en su paso por Sierra Chica, impulsó actividades sociales para ocupar el tiempo libre de los jóvenes.
"Claro que me preocupan -admite- los chicos y los adolescentes. Porque en este mundo globalizado, la situación de riesgo de esa franja resulta realmente muy preocupante: es una edad en la que los riesgos no se miden, a ellos les parece que no les va a pasar nada y que nosotros los grandes no los podemos entender. Es difícil llegar a ellos; constituye todo un desafío". La disfunción familia, la violencia intrahogareña y la que se refleja en las aulas la sacuden constantemente, igual que la necesidad de desarrollar el trabajo en redes y una constante labor interdisciplinaria.
Sobre el final, apela a la madre Teresa de Calcuta. "Ella decía que el mar no sería el mismo sin la gota que cada uno tenemos que poner. Entonces, si cada uno, desde su lugar, pone la gota necesaria, debemos pensar que el mundo puede ser mejor. Y que siempre hay una posibilidad de enfrentar las dificultades que la vida nos va poniendo en el camino; siempre existe un mañana y ese mañana puede ser mejor si nosotros ponemos la gota que nos corresponde".
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