Carlos Sottile
 
  Carlos Sottile es fotógrafo profesional y corresponsal del diario El Popular en Sierras Bayas.
También escribe cosas muy sentidas de su pueblo. Aqui tenemos como muestra un trabajo literario de su autoría, con el que este año recibió el Segundo Premio del Concurso Literario organizado por Rotary Club de Sierras Bayas.
 
 

Trabajo Premiado en el ultimo concurso literario organizado por Rotary Club Sierras Bayas

Señales de humo en el alma de un pueblo

Cada vez que la mirada retrospectiva se dirige hacia las entrañas de un pasado cualquiera, siempre emerge desde ese misterioso arcón un halo de recuerdos entrañables, de aromas percibidos en la penumbra del ayer, de lágrimas y sonrisas mezcladas -mejor dicho entrelazadas - con eslabones de profundos sentimientos.
Un invisible hilo de seda fue tejiendo la memoria de la raza humana, fue analizando cada hecho o movimiento de sus componentes para grabarle la señal de lo indeleble, de tal forma que el conjunto conformara una personalidad definida.
Pero esa tela araña en la que quedan atrapados los misteriosos momentos que
nos dieron el hálito de la vida, es una red inviolable a la herrumbre, al paso del tiempo, a la destrucción de toda la especie.
Intrincadas cadenas de átomos exteriorizan a flor de una piel actual la gama de sintaxis creativas que llevaron a que cualquier instante aislado se convierta en una realidad latente.
Y eso no tiene olvido ni muerte.
Sierras Bayas hoy, con 122 años a cuesta es ese arcón que nunca fue abierto totalmente, el tesoro de pirata que aún permanece enterrado bajo la palmera señalada en antiguos mapas; es en definitiva, un corazón de aspecto
desfibrado que igual late como el primer día.
Por eso es hora de bucear en los escondidos rincones y restablecer vínculos con raíces que muchos desconocen.
Porque nunca supieron o no quisieron escarbar en la tierra, en dirección a la punta más profunda del embrión vegetal, ese que soporta y alimenta todo el árbol. Ahí está el gen que contiene las células del pasado, el esquema biológico que encolumna una por una las piedras del camino recorrido y comparte oxigeno con el incesante respirar de la historia mientras cuenta su
devenir.
Sierras Bayas está, desde el primogénito indicio de su existencia, envuelta en un halo voluble de humo que siempre personalizó sus misterios y realidades.
Desde la incorporada raza pampa que gritó su primer gorjeo cuál pichón de águila aguerrida. En lo que, en realidad fue un alarido persistente, con eco hasta estos días denunciando un derecho ultrajado por la fuerza.
Era el indio indómito, que como todos los de su especie tenían un idilio muy especial y necesario con el fuego. Y con el consiguiente humo, que lo ayudaba a esconder su presencia ante enemigos o amigos indeseables; fuego avivado para asar carne o quemar heridas; humo con connotaciones místicas de ceremonias o para la comunicación a distancia.
Una señal dibujada en humo que voló alto, de tan espesa consistencia que atravesó la muralla del tiempo y se enquistó en el alma de este pueblo.
Y que en esta constelación milenaria y tecnificada, aún le sirve al indio para decirnos y percutirnos: “estoy vivo, quiero paz”.
Ese humo, blanco, negro o gris, fue desde siempre una marca inconfundible que se sumó como herencia a los pobladores serranos, anuncio de existencia y premonición de progreso.
Porque, tras el salto para esquivar la huella aborigen e inventar esta modernidad que bautizamos “civilización”, llegaron las chimeneas con su nueva y más fértil cuota de humo. Era una nube alargada y con inesperadas
connotaciones, que se elevaba hacia el cielo para salpicar sus elementos urticantes. Sea para las epidermis o para despertar el dialecto que desemboca en reclamo airado.
Pero en realidad, ese humo también centenario, terminó significando lo que el polen para la miel o el burbujeo dentro de la pecera marcando la labor de las branquias.
Fue señal de vida para toda una comunidad, más allá del infecto pulular de sus componentes en cada alvéolo del compendio pulmonar de los propios súbditos del sistema.
Hoy casi no hay humo.
Las chimeneas son agujas en un costurero estoico e inactivo, olvidado por las manos primorosas de esa modista que cosió hasta que la vista se lo permitió. Ya no tiene más visión para enhebrar. Y tampoco para ver un futuro que se anuncia sin cultivo de nuevos embriones.
Esas chimeneas mustias y silenciosas sólo sirven para desafiar el olvido, para imaginar cómo se enfrenta un mar embravecido, sin remos con que remar.
Pero también hay que asimilar que son un puntero que señala el futuro, el primer peldaño en la entrada de otra quimera por descubrir.
Y nuevamente, sin ese trabajo que acercaba el pan a la mesa, habrá que poner la imaginación a trabajar.
Fijar la vista en ese sitio preciso del horizonte donde se unen el hoy y la incógnita del mañana. Allí, está la nebulosa que contiene la llave del espacio infinito y rico que le espera a Sierras Bayas.
Ese será el humo cuántico, el soplo de un nuevo Einstein, aún no exhalado del útero serrano. Porque para que ello finalmente ocurra todos los habitantes tenemos que pujar al unísono. Esa visión de futuro sólo se convertirá en una criatura rozagante si la gente, las empresas y las autoridades, sienten el mismo y punzante dolor de parto; el mismo e incontenible deseo de dar a luz un Sierras Bayas grande. Pasado de embarazo pero muy bien nacido.
Será un nuevo pueblo, con ansias de crecer rápido para dejar de depender, lo más prematuramente posible, de tutores egoístas que frenan el desarrollo de sus hijos. Para alimentarlos sólo con leche materna el mayor tiempo posible
y lograr que nunca lleguen a ser mayores de edad.
En definitiva, ese futuro sólo depende de nosotros. Y para que ello ocurra debemos realizar el máximo esfuerzo y que no sea sólo una señal de humo que se vuela con la más leve brisa.

Carlos Alfredo Sottile

   
 
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