Ciudades Hermanas: Komjatice - Familia Hostansky - Bruchter

KOMJATICE , Partido de Nové Zamký, Provincia de Nitra, Eslovaquia

Familia Hostansky-Bruchter

Martín Hostansky y
María Bruchter de Hostansky

 
"Corría el año 1926, y en la nueva República de Checoslovaquia, surgida de las cenizas del Imperio Austro-Húngaro después de su derrota en la Primera Guerra Mundial, se mezclan el regocijo por la liberación del yugo magiar que había durado más de 600 años y el orgullo que produce la libertad de enseñar, aprender y crear obras literarias en su propio idioma eslavo, junto a esa cierta desazón e incertidumbre por el futuro que muchas veces surgen en pueblos que se han visto subyugados durante décadas o centurias .

En un remoto pueblito del sur de Eslovaquia llamado Komjatice (pronunciación: "Kómiatiche"), cerca del nuevo límite con Hungría, un joven alto y muy apuesto espera paciente en la estación del ferrocarril el próximo tren. Su equipaje es mínimo: una pequeña valija y un bolsito de mano. Sus sueños son enormes y distantes: un brumoso país del que oyó hablar a algunos vecinos y parientes, pero del que casi nada sabe, salvo que ofrece dos cosas que para él son fundamentales: paz y trabajo.
 

Estación de trenes de Komjatice en 1918
Martin Hostansky a los 27 años
 
El joven de entonces 23 años era mi adorado abuelo materno, Martín Hostansky. El país que entreveía en sus sueños y al que llegó después de una travesía de meses es, por supuesto, la Argentina (hoy tan distinta y sin embargo en algunos aspectos aún tan similar a aquella de 1920). Y, por esas oscuras razones del destino, estaciones y trenes, de uno y del otro lado del Atlántico, siempre estarían presentes en su vida personal y de trabajo.

Su padre, Martin Host'anský, era guarda de ferrocarril y viajaba continuamente en la línea que unía Viena-Bratislava-Nitra-Komjatice-Nové Zámky y terminaba en la capital húngara, Budapest. Aquella era aún la época de oro de los ferrocarriles de pasajeros, y trabajar en ellos era el prestigioso equivalente de, en épocas más recientes, formar parte de la tripulación de una línea aérea internacional. Fue en uno de aquellos viajes, cuando recién asomaba el siglo XX, que Martin padre conoció a una jovencita del pequeño poblado de Komjatice, de nombre Paulina Letko, con la que poco tiempo más tarde se casó. A pesar de la viajada vida de Martin padre, con Paulina tuvieron tiempo y energías para procrear y sacar adelante a ocho hijos (con su aguda ironía, décadas más tarde yo escucharía a mi abuelo decir que "cada escala del tren en Komjatice agregaba un bebe más a la familia"). De esas "ocho escalas", una niña, tristemente, falleció en su infancia, pero siete de ellos vivieron largas y fructíferas vidas. Mi abuelo Martín fue el primogénito, habiendo nacido el día 21 de noviembre de 1903; sus padres registraron el nacimiento en la capital distrital de Nové Zámky (ver Partida de Nacimiento, nótese la diferencia en el deletreo del apellido, debido a la política de hungarización o "magiarización" de nombres entonces en efecto en esa región del Imperio Austro-Húngaro).
 

 





































Partida de Nacimiento de Martin Hostansky (deletreado en la forma húngara "Hosztyánszki")

(gentileza Alcaldía de Nové Zámky)

 

 
Poco a poco fueron llegando los demás hermanos y hermanas: Mária, Irena, Michal (Misha), Pista (Pishta), Emerencia, y Jozef. En el medio, la ferocidad de la Gran Guerra hacía estragos en los sufridos pueblos del centro-este de Europa: en aldeas agrícolas como Komjatice, en que las familias ya de por sí mínimamente subsistían con lo que producían sus pequeñas parcelas, el gobierno obligaba a contribuir entre el 50 al 75% de la producción de cosechas para alimentar a las tropas durante el esfuerzo bélico. Y lo que no producían y debían adquirir, como sal, azúcar, telas para ropa, etc., estaba severamente racionado. Recuerdo a mi abuela María contando cómo su mamá cosía vestidos para ella y sus hermanas con una rústica tela hecha en parte con mezcla de papel, de tan mala calidad que con un mínimo tirón se rasgaba, y se desintegraba con la lluvia.
  Sin embargo, la peor tragedia para la familia Host'anský sobrevino una vez terminada la guerra, cuando Martin padre falleció en forma inesperada como consecuencia de una infección aguda (probablemente fiebre tifoidea) en 1919 a la temprana edad de 38 años. Como consecuencia mi abuelo, Martin hijo, quedó, a los 15 años de edad, como jefe de familia a cargo de su madre y seis hermanitos menores. Así el joven adolescente debió abandonar sus estudios para mantener a la familia trabajando como jornalero en las chacras y viñedos de la región. A los 17 años es reclutado para el Servicio Militar, el que cumple, durante dos duros años, en el ejército de la recién formada República de Checoslovaquia.

Y es unos pocos años más tarde cuando lo encontramos sentado en la humilde estación de Komjatice, esa que tantas veces vio llegar y partir, pero siempre retornar, a su padre, esperando ese tren en el que el joven Martin partiría a la aventura americana, aunque en su caso para nunca ya regresar a su pueblo natal y a su gente. Seguirían días y días de más trenes y estaciones, simples algunas, enormes y lujosas otras, como las de Viena, Munich, Hannover y finalmente Hamburgo, su destino final en el continente europeo. Es allí donde, como tantos otros inmigrantes de la Europa Central, embarca, en 1926, con rumbo a las lejanas llanuras rioplatenses.

Una vez en nuestras tierras, Martín Hostansky nuevamente se ve atraído por el destino hacia el transporte ferroviario: hombre de gran fortaleza física, es contratado como trabajador en la construcción del entonces Ferrocarril del Sur (luego Línea General Roca) y durante los siguientes dos años trabaja arduamente colocando los durmientes y las vías del moderno medio de transporte que uniría la ciudad de Buenos Aires con la de Cipoletti en la Provincia de Río Negro. Durante esos dos años tuvo la oportunidad, viajando con las cuadrillas y viviendo en campamentos rudimentarios, de conocer un buen pedazo del territorio pampeano y del norte patagónico. En el año 1928 se entera por carta del fallecimiento de su madre, Doña Paulina, a los 46 años de edad.
 
Pioneros del ferrocarril patagónico

 
Por esos tiempos se comienza a correr la voz entre los inmigrantes ferroviarios de que una gran manufacturera de cemento pórtland, la primera en la Argentina, está contratando trabajadores para sus distintas secciones. Y es así que, hacia el año 1929, mi abuelo Martín se radica en Sierras Bayas, donde hasta su jubilación a fines de los años '50 trabajará en la Sección Embolsadora de la Compañía Argentina de Cemento Pórtland. Era un trabajo durísimo que requería de gran esfuerzo físico y desgaste de energías: levantar y cargar a hombros bolsas de cal y cemento de 50 kilos cada una, para transportarlas desde el centro de producción en la fábrica hasta el depósito, y de alli a los vagones del tren de carga que las distribuirían a Buenos Aires y otras grandes ciudades del país, para ser consumidas en el boom edilicio de la época. Una vez más, vemos que los ferrocarriles continúan cumpliendo un rol central en la vida de Martín Hostansky.

El tipo de trabajo que mi abuelo realizó por décadas en Sierras Bayas, tan esforzado pero del que él siempre se mostró muy orgulloso, ya no existe más. Hoy las modernas fábricas de cal y cemento han reemplazado esos puestos por maquinarias computarizadas que al toque de un botón llenan y sellan las bolsas, y al toque de otro las transportan y las cargan en los medios de transporte. Uno, habiendo conocido tan bien al hombre, se pregunta qué sentiría al ver estos cambios radicales en su amada fábrica, al ver que la labor que él realizó con tanto cariño y orgullo ha sido reemplazada por una mera máquina. Pero, nos guste o no, éste es el dilema de nuestra época: por un lado la tecnología releva al hombre de trabajos físicos extenuantes o monótonos, pero por otro cada vez más puestos laborales desaparecen, reemplazados por el elemento tecnológico-mecanicista.

Retomando el hilo de la historia familiar, a principios del año 1930 Martín, ya con seguridad laboral y un relativo bienestar económico, hace traer desde Komjatice a su prometida Mária Bruchter, entonces de 24 años. Mária era una bonita y simple hija de campesinos, la menor de seis hijas de Antonin Bruchter y Verónica Smolarik de Bruchter. Al igual que su futuro esposo, la infancia y adolescencia de mi abuela María estuvieron marcadas por las privaciones y la pobreza. En familias agricultoras de ayer y de hoy, los hijos varones son tradicionalmente más valorados que las mujeres, ya que su mayor masa muscular permite que colaboren desde temprano en las rudas tareas del arado, la siembra, la cosecha y la construcción de corrales y cercas para animales, así como otras labores esenciales en climas fríos como son el corte y transporte de leña, la reparación de viviendas y techos, etc. El bisabuelo Antonin debe haber sentido que la vida le jugó una mala pasada al mandarle seis mujercitas y ni un solo varón que le diera una mano con las tareas del campo. De cualquier manera, todos en la familia trataban de colaborar en la medida de lo posible, con la bisabuela Verónica a la cabeza, una mujer de gran capacidad de trabajo e iniciativa.

Pero aun así, las cosas llegaron a tal punto que la pequeña Mária debió dejar la escuela al terminar el quinto grado, y poco después comenzó a trabajar como ayudante de cocina en hogares más pudientes. Un tiempo después una de las familias de Komjatice se muda a Bratislava y la llevan con ellos; es en la casa de ésta familia donde la cocinera principal, una mujer amable y cariñosa, la toma bajo su tutela y le enseña los secretos del oficio. Desde entonces la abuela María se convierte en una apasionada del arte culinario, para futuro deleite de su familia argentina, en especial sus nietitas. Entre los platos más recordados (y todavía saboreados en mi mente) están el gulash de pollo o de conejo, que mi abuela preparaba a la crema, los pirohy (especie de panzotti rellenos de queso cottage o ricota), sulantze y knedlíky (ñoquis de papa y queso); la kasha (tipo de polenta de sémola) con chocolate rallado que se derretía al comerla calentita; y por supuesto los dulces: sus famosas buchtas (facturas rellenas de dulce de membrillo); kolac (arrollado tipo strudel con pasta de nueces o de semilla de amapola), y sus exquisitas mermeladas caseras de ciruela, de higo y de membrillo.

Una vez llegada María a la Argentina, se casa con Martín en Hinojo y el 28 de junio de 1931 tienen a su único vástago: una beba a la que bautizan Hilda Martha.
 

La familia Hostansky en 1932
Frente a su casa del Paragolpe, circa 1936
 
Hilda realiza sus estudios primarios en la Escuela 14 de Sierras Bayas, al mismo tiempo que toma clases particulares en casi toda disciplina que se ofreciera en el pueblo en aquella época.
 
Primer Grado de la Escuela 14 en 1939. Hilda Hostansky se ve parada en el centro al fondo,
la niña esbelta con un moño blanco en el cabello.
 
Siendo hija única, sus padres, ambos de familias numerosas y con infancias carenciadas, trataron, y en gran medida lo lograron, de darle a su hija todo lo mejor que estuviera a su alcance. Después de cursados sus estudios secundarios en el Liceo de Olavarría, Hilda Hostansky, siguiendo, como su padre, su sueño de ver mundo y continuar sus estudios, viaja a Buenos Aires, donde se radica para estudiar Bellas Artes en la Universidad de La Plata con profesores de la talla de Emilio Petorutti y otros grandes maestros de la pintura argentina.
 
Un bello retrato familiar de Martín, María e Hilda Hostansky. 1947
 

En 1956 Hilda se casa con el entonces Teniente de Marina Alberto J. Compte, con quien tiene dos hijas: María Emilia, nacida en Buenos Aires en 1958, y María José, nacida en Bahía Blanca en 1960.

Alberto Compte y su esposa Hilda con los padres de la novia. 1956
 
Por unos años a principios de la década del '60, Martín y María Hostansky dividieron su tiempo entre su casa de Sierras Bayas y el departamento de su hija en Buenos Aires. Pero finalmente la añoranza por el que desde hacía más de treinta años se había convertido en su pueblo, de su casa-quinta, de sus charlas a la caída del sol con los vecinos eslovacos, alemanes del Volga, e italianos, pudo más, y hacia 1965 ambos regresaron a Sierras Bayas definitivamente, donde Martín dedicó de lleno las últimas dos décadas de su vida a trabajar la tierra de su amada quinta, como lo había hecho en su juventud con otras tierras, ahora tan distantes.

Para mí Sierras Bayas es el agridulce recuerdo de una infancia ya tan lejana como añorada. Aunque con mis padres y mi hermana menor vivíamos en Buenos Aires, Sierras Bayas era sinónimo de las vacaciones: la ansiada liberación de la disciplina escolar y de la restringida vida dentro de un pequeño departamento. Larguísimas caminatas con el abuelo Martín por los campos de los Arrieta; escaladas a los cerros del Diablo (al que llegábamos subiendo la loma derechito desde la calle de los abuelos), Aguirre y (oh nostalgia!) al tan recordado Cerro Redondo. Los olores de la tierra en la quinta del abuelo, tan puros como el del forraje recién guadañado que solía traer al hombro dentro de un enorme bolsón de arpillera para alimentar a sus decenas de conejos; el aroma de los tomates que le ayudaba a cosechar, el perfume de los damascos recién cortados, dorados y tibios de sol. Y los animales, siempre mi especial fascinación: conejos, pollos, gatos, perros, palomas, cualquiera de ellos muchísimo más interesante que nuestra solitaria tortuga en la terraza del departamento.

Y, por supuesto, la gente: honesta, trabajadora y generosa de alma, de las Sierras Bayas. Las visitas a Doña Matilde Catriel en su humilde casita encajonada entre las vías y la sierra; las tardes y nochecitas de verano jugando en las calles, todavía de tierra y piedra, persiguiendo sapos y luciérnagas mientras los mayores mateaban charlando en eslovaco con sus vecinos de Villa Arrieta: el zapatero Nuñuk, el mejor amigo de mi abuelo, que se fue de este mundo relativamente joven llevándose con él un pedazo del alma de Martín; el padrino Francisco Loutocky y sus colmenas que nos regalaban las mieles más deliciosas que he degustado en mi vida; los vecinos Cernak, cuya casa estaba siempre abierta para nosotras "las chiquitas de Hostansky", y, más allá del cerro, Doña Meszaros y su hija Hilda de Pesce en su amplia casona siempre llena de las armonías del piano y el esporádico rugido de los trenes, rodando a unos metros nomás de sus ventanas.

Martín Hostansky fallece el día 16 de junio de 1988 en Olavarría, a los 84 años y medio, y es sepultado en el cementerio de Sierras Bayas. Su esposa María, después de vivir con mis padres en Mar del Plata y Buenos Aires durante ocho años, fallece en octubre de 1996, poco después de haber celebrado su nonagésimo cumpleaños.
 

Una de las última fotos de María Hostansky, con la nieta menor, María José, y su esposo Martín Monti. 1990

  
A mí, María Emilia, la mayor de sus dos nietas, me queda el ejemplo de sus vidas de honesto esfuerzo y sacrificios, el espíritu inquieto y aventurero de mi abuelo Martín que creo llevar atrapado en mis genes, y su nobleza de alma que era (es) aun más grande que sus enormes manos, encallecidas de piedra y tierra.
 

Nietas y bisnietos: María Emilia con Sofía, María José con Gonzalo, y Martín Monti, esposo de María José y papá de los chicos. Julio de 2006 .





estás en: Mis abuelos y sus familias

Seguir leyendo:

Contacto con primos hermanos de mi madre y nuestro posterior viaje a Eslovaquia, incluyendo Komjatice, en el 2002


"Recorrido virtual" con algunas fotos del pueblo de Komjatice


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