Una descendiente directa pide que cambien el nombre con que se conoce al centro clandestino
La verdadera historia de los Pelloni
 
Marcela habla desde la tristeza de ver que el apellido de sus abuelos quedó asociado a un centro clandestino de detención. Marcela Zamora relata la historia de esos inmigrantes suizos que llegaron a finales del siglo XIX a Sierras Bayas. Que trabajaron esa tierra cedida por el gobierno hasta transformarlas en un vergel y que en los 50 les fue expropiada. Pide se le cambie el nombre a ese espacio usurpado para el horror.



Marcela Alejandra Zamora (*)

Hablar del Monte Pelloni en mi familia es referirse a una época feliz para los descendientes y próspera para aquellos inmigrantes suizos para los que sólo existía el afán de progresar a costa de trabajo duro. Del oficio de estos antepasados míos aprendí que un árbol solo puede crecer bien si se cuidan bien sus raíces y es por eso que siento el deber de salvaguardar mis propias raíces y defender con este breve relato el recuerdo de aquellos que se embargarían de tristeza al ver que su apellido no se hace conocido por su trabajo ni por los bosques y montes que nos han legado, sino por una sucesión de hechos nefastos con los que jamás el apellido Pelloni tendría que verse asociado.

Conocí a mi tatarabuelo a través de los relatos de mi padre, de mis tres tíos, y de todas las familias tradicionales del pueblo de Sierras Bayas que lo recuerdan por su generosidad y su don de "buena gente". Allá por 1890, Pedro Pelloni vino desde Suiza con sus tres hijos Homero, José y Angela -mi bisabuela- y solicitó al gobierno una porción de tierra donde cultivar árboles e inaugurar un vivero. Les fue consignado así ese pedazo inhóspito de terreno, cubierto en su mayoría de rocas estériles, el cual debían pagar al Estado, con el fruto de su trabajo, mucho más de lo que en realidad valía. Esto no amedrentó el espíritu de la emprendedora familia, que con tenacidad y esfuerzo titánico trabajaron esa tierra virgen, la despojaron de malezas, instalaron sistemas de riego -los más novedosos que se habían visto por estos lugares donde aún gobernaban los pumas- y sembraron árboles de innumerables especies. Así, sin más ayuda que la de sus manos, su inteligencia y su ingenio, convirtieron ese lugar en un monte que por su magnitud y variedad arbórea, aún es recordado en nuestros días. Y no sólo hicieron de este páramo un hogar feliz para sus hijos y sus nietos, la generosidad de estos extranjeros también alcanzó para convertir a este lugar en el oasis en donde se realizaban las fiestas del pueblo entero o simplemente se invitaba a hospedarse y descansar a cualquier viajero que por allí pasara.

Gracias a los contactos con sus paisanos dispersos por los vecinos países latinos, se importaron al dichoso monte variedades de exóticos árboles frutales, florales y ornamentales, los que luego de cultivar y multiplicar con los conocimientos adquiridos en su Suiza natal, mi tatarabuelo y sus hijos envasaban en miles de macetas de barro y cerámica que eran despachadas en trenes y viajaban hacia los cuatro puntos cardinales de la Argentina, para dar forma y vida a los bosques famosos que hoy son pulmón de las grandes urbes, a montes y a cascos de estancias de este país que adoptaron como su propia patria.

Su emprendimiento creció y prosperó. Con las ganancias obtenidas pagaron puntualmente la cuota de los terrenos y auxiliaron a sus parientes, a sus amistades, vecinos y conocidos para pagar también sus deudas. Aún así, esa generosidad con la que ayudaron a salvar las pertenencias de tanta gente, y la inteligencia y conocimientos que les sirvieron para crear ese prestigioso monte, no fueron suficientes para poder conservarlo. Fue por los años 50 que doña Angela Pelloni, única sobreviviente de esa familia de inmigrantes, recibió del gobierno una notificación de desalojo. Inútiles fueron sus reclamos, ya que un escribano embaucador los había estafado, quedándose con el dinero de los terrenos que durante años les había cobrado prometiéndoles girarlo al Estado para cancelar el pago de la propiedad. Expropiaron a mi bisabuela, y finalmente los militares la desalojaron de ese lugar que fue el único hogar que conoció y amó en esta tierra extranjera. Con unos ahorros compró una chacra lindera a su querido monte, porque no sabía vivir lejos de él, y así la Nona, como llamaban mi papá y mis tíos a esa abuela bondadosa con la que compartieron su niñez y todos los meses de verano, terminó sus días de anciana mirando desde la ventana los desmanes cometidos a su antiguo hogar, con el dolor de saber que nunca podría volver a poner un solo pie en él.

Desdichadamente, la tierra que les fuera expropiada a los Pelloni fue tomada por las Fuerzas Armadas de la Nación para prácticas militares. Luego de destruir sin ningún respeto el monte que llevara años construir, los árboles tan amados por mi familia y admirados por tanta gente, despojar a los jardines de aquellas flores exóticas, y destrozar las instalaciones que sirvieran de vivienda a mis antepasados, las convirtieron en burdos galpones. Allá por el año 76 un puñado de genocidas para los que la vida humana no tenía el menor valor, le dio a ese querido lugar el destino siniestro de servir como sede clandestina para infundir el terror, torturar y asesinar impunemente.

Hoy, lejos de aquellos hechos repudiables, lejos de ser el monte que fue, pero mucho más lejos aun de ser propiedad de los Pelloni, nosotros los descendientes tenemos que soportar que ese apellido que es nuestro origen y nuestro orgullo, se vea vinculado con semejantes crímenes.

Sentimos el dolor de los familiares de las víctimas, compartimos el repudio por los hechos inaceptables que allí se dieron, aceptamos su necesidad de realizar un monumento en memoria de los desaparecidos y los torturados en aquel lugar, pero no aprobamos que se siga usando el nombre de mi familia para designar a un Centro Clandestino de Detención. Ni que el lugar que con trabajo convirtieron en un hermoso jardín sea denominado como "Monte Pelloni, el monte del horror". El Monte Pelloni no es sinónimo de horror, sí lo son los hechos que en él ocurrieron pero no nos asocien con eso. Queremos que cuando escuchen ese nombre sólo se evoque la memoria de un lugar paradisíaco y de una familia de trabajo que nunca tuvo nada que ver con ningún tipo de actividad militar. De ninguna manera queremos ver nuestro apellido vinculado a la memoria de un genocidio, puesto que de generación en generación hemos aprendido de aquellos nobles inmigrantes los valores que nos transmitieron a nosotros sus sucesores, que son el amor al trabajo, a la tierra, a la naturaleza, a la familia, al prójimo, y en definitiva, amor a la vida misma.

(*) Reside en Sierras Bayas y es descendiente directa de la familia Pelloni

fuente: diario el Popular, 30 de nov 2008
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